Educación popular, Animación sociocultural y profesionalización de los animadores en Francia.

 

 

 

En Francia, el paso de la Educación Popular a la ASC corresponde con la aparición de una pedagogía anti-autoritaria (la revolución incompleta de Mayo del 68 fue el símbolo de este tipo de cambio).  La llegada de la Animación profesional significa el fin del monopolio de los militantes y voluntarios.  Pero,  ¿qué queda de los valores de ayer?, ¿Cuáles son los nuevos desafíos de hoy?

 

 

 

Desde el final de los años 50, la multiplicación de los equipamientos y servicios socio-culturales en las ciudades y la elaboración de un proyecto de animación han favorecido la emergencia de nuevas profesiones que se han inscrito dentro de los intersticios de una sociedad urbana en mutación.  Los animadores profesionales han tenido que asumir funciones sociales que ya no aseguran las iglesias, las escuelas, los sindicatos o diversas instituciones privadas.  Ellos han logrado imponerse, multiplicarse y hacerse reconocer como agentes sociales necesarios en la adaptación de una sociedad en movimiento.  Su desarrollo creciente se explica por una necesidad de mediación, de “reliance”  cada vez más experiencia en razón de las transformaciones de la sociedad.  Es casi siempre a la Animación profesional a la que se llama cuando se trata  de favorecer la vida social y cultural de una comunidad, de un equipamiento, pero también de proyectos para los periodos vacacionales , jornadas deportivas, prácticas innovadoras en materia de inserción o de prevención, y también, y puede que sobre todo, actividades colectivas en barrios “frágiles”.

En este juego, los animadores han logrado imponerse al inscribir su acción tanto en las zonas dinámicas de las ciudades, como en los sectores más en crisis. Tarea difícil,  imposible o idealista dirán algunos, pero real.  Desbordando los territorios de la educación popular y la acción social, la animación urbana ha dado nacimiento a un conjunto profesional en un entorno impreciso pero bien visible en la medida en que se inscribe dentro de un proyecto público sostenido por las colectividades locales y el Estado.  En los años 90, la función pública territorial anuncia el empleo de decenas de millares de agentes que intervienen en el campo de la animación; el observatorio de profesiones de la animación habla de 100.000 empleos permanentes y 140.000 estacionales y el UNEDIC (organismo que remunera a algunos demandantes de empleo) estima en más de 330.000 los empleos en los movimientos próximos a la animación y a lo sociocultural.  La asombrosa extensión de este campo dentro de diversos sectores  urbanos (residenciales, escolares, deportivos, sociales, turísticos) así como dentro de servicios cada vez más variados (municipales, departamentales, asociativos), no puede estar, por lo tanto, ajena al planteamiento de serias cuestiones sobre el papel que la sociedad le otorga[1].

 Después de haber recorrido las condiciones históricas de su aparición, conviene subrayar la diversificación de las funciones que cubre y preguntarse sobre la apuesta urbana de su profesión.

 

 

 

 

La emergencia de los animadores

 

 

Entre los múltiples elementos participantes, a partir de los años sesenta, en la profesionalización de los animadores, pueden destacarse cuatro.  En primer lugar, la invención de la animación urbana dentro de un contexto político favorable a los conciertos entre las administraciones del Estado y las federaciones asociativas.  A continuación, el reforzamiento de los procedimientos estáticos que, de 1962 a 1975, proponen equipamientos cada vez más precisos y funcionales donde la gestión necesita de animadores permanentes.  Es además, para responder a la crisis a partir de los años 80, la organización de procedimientos locales de intervención urbana que favorece la diversificación de los actores sociales.  Y, por fin, el desarrollo de centros de recreo destinados a los jóvenes y a las personas mayores que se multiplican en las ciudades.

 

 

La invención de la Animación.-

 

En refuerzo de la idea de fortalecimiento de un Estado fuerte e intervencionista, los cambios políticos que se organizaron después de 1958 jugaron un rol decisivo en la puesta en práctica progresiva de un modelo urbano de animación.  Este modelo, inspirado por experiencias anteriores, no puede ser disociado de los profundos cambios que afectan a la sociedad francesa, entre los que están el crecimiento demográfico, la escolarización creciente, el éxodo rural y la urbanización acelerada que entraña, o las modificaciones de la estructura familiar.  Todo un conjunto de elementos contribuyen a modificar los modos de vida y valores conduciendo al Estado y a los colectivos locales a intervenir en un sector que había permanecido durante largo tiempo a cargo de la sociedad civil y de sus organizaciones.  Pero no se puede comprender, sin embargo, la profesionalización de los animadores si se ignora la historia de la Educación Popular y si sólo se tienen en cuenta ciertos elementos de la acción social y de la acción cultural que ha organizado el tiempo libre urbano alrededor de un conjunto de instituciones y de movimientos salidos del catolicismo social y de movimientos laicos.

Este conjunto se ha continuado desde el fin del siglo diecinueve y ha dejado trazos siempre visibles en las ciudades, actuando de patrocinio, y de  movilizador de jóvenes[2].

Estos movimientos de Educación Popular han participado de múltiples proyectos educativos destinados a favorecer la democratización de los saberes  con el objetivo de completar la enseñanza escolar y de formar ciudadanos.  Si hablamos generalmente de la Educación popular en singular, estamos olvidando que ha menudo ha encontrado su razón de ser y su fuerza dentro de las rivalidades opuestas entre laicos y católicos e incluso con los socialistas.  Estos tiempos de militantes donde las fronteras son percibidas como más claras entre las clases sociales, entre los grupos de edad, entre las mentalidades y las ideologías, se deshacen progresivamente en razón de transformaciones profundas unidas a la evolución de la sociedad y de las ciudades que desestructuran las antiguas solidaridades.  Los jóvenes se vuelven más numerosos y próximos, la lucha de clases se diluye, los nuevos espacios urbanos, en especial los más grandes, necesitan nuevas formas de animación.

El concepto de animación que se impone progresivamente resulta de un conjunto complejo iniciado a la vez por los avances de los movimientos y federaciones de educación popular desde el comienzo del siglo y por la concepción jacobita del Estado en Francia.  Este concepto, como aquel del Ministerio de la Juventud y de los Deportes, se inscribe dentro de una visión político administrativa francesa que marca su diferencia dentro del espacio europeo al estar ausente dentro de los otros Estados de la Unión Europea, generalmente descentralizados.  Se puede admitir con Michel Heluwaert[3] que las nociones francesas de animación y de Ministerio de la Juventud y  de los Deportes resultan de la búsqueda de un equilibrio entre un modelo de Estado privilegiado por los sistemas totalitarios de los años 1930 a 1980 en Europa y aquellos de naciones anglosajonas, valorizando los principios de libre reagrupamiento de ciudadanos dentro de una perspectiva liberal y comunitaria.  Impulsados y financiados por el Estado, los equipamientos y servicios que acompañan el auge de la animación participan de una definición franco-francesa de intervención pública que intenta lograr un equilibrio entre estos dos modelos.  Eso que constituye “sistema” dentro de este conjunto es el compromiso de las redes civiles dentro de la constitución y el reforzamiento de la intervención del Estado y de las colectividades locales.  Los movimientos de Educación Popular aceptan abandonar una parte de su especificidad y de su ideología para afirmar la necesidad de una animación neutralista (que no significa forzosamente neutra) de la formación de los profesionales.  G. Poujol destaca  con razón que “esta proclamación es sintomática de la expresión de una sociedad donde la laicidad tiende en adelante a rechazar vergonzosamente tanto lo religioso como lo político”[4].  Entonando el estribillo del Estado Providencia, los movimientos de educación popular participan en la invención de un sistema que poco a poco escapa incluso de los lugares que le son afines.

 

La animación contiene un concepto abierto que, como los de la cultura, la educación y el deporte, no se pueden reducir a una definición general.  Este concepto, largamente inducido por las transformaciones urbanas, esta unido a los fenómenos de crisis de lazos, a la inadecuación de las certezas culturales de ayer y se presenta, por tanto, como un método de adaptación, de integración y de transformación social orientado a estimular expresiones múltiples especialmente dentro de los medios populares localizados.

 

 

Los equipamientos socioculturales y su gestión

 

La transformación de las ciudades y el funcionalismo dominante dentro de su disposición aceleran la edificación de nuevos lugares de animación y la puesta en escena de profesionales para asegurar la gestión.  Estrategias de los responsables federados asociados de los grandes movimientos y estrategia de tecnificación de los políticos estáticos se reúnen para destapar la apertura masiva de equipamientos específicos regidos por asociaciones privadas o parapúblicas.  La distinción privado/público, si ella conserva su pertinencia, pierde su visibilidad.  El Estado aparece como maestro de la obra.  Es bajo su dirección que se generalizan los procedimientos de financiación dentro del marco del plan, que se crean medios diversificados de formación profesional (institutos universitarios de tecnología, institutos regionales de trabajo social, diplomas del Estado de los ministerios, etc.)  Los equipamientos se institucionalizan y la beneficencia y los militantes costean nuevos profesionales.

La reglamentación oficial concerniente a los equipamientos culturales y deportivos ha sido elaborada progresivamente por numerosas administraciones.  Varios ministerios han sido conducidos a extender su acción y a promover nuevas formas de intervención; por ejemplo, el Ministerio de la Salud y de la Población ha propuesto la realización de nuevos hogares de jóvenes trabajadores y de centros sociales, pero es el Alto Comisionado de la Juventud y los Deportes quien, en virtud de la ley-programa de equipamientos  deportivos y socio-educativos del 28 de Enero de 1961, inicia el primer esfuerzo de planificación y normalización.  El proyecto de ley precisaba, para cada categoría de aglomeración, la naturaleza y la importancia de los equipamientos a prever, precisando las normas ya presentadas en la tabla de equipamientos de los grandes conjuntos habitados, realizado por el ministerio de la Construcción. Esta tabla se interesará en los barrios nuevos y en los conjuntos recientes.  En su nomenclatura general, clasifica diferentes tipos de equipamientos (escolares, culturales, sociales, deportivos, etc.) y cinco categorías de espacio residencial: el grupo residencial (200 a 800 alojamientos), la unidad de vecindario (800 a 1500 alojamientos), el barrio (1500 a 3000 alojamientos), el distrito (3000 a 8000 alojamientos), la ciudad o comunidad (conjunto residencial de al menos 8000 alojamientos).  En la tabla de equipamientos del Alto-Comisionado se distingue un doble punto de vista: al contrario de la precedente, se aplica al conjunto de las zonas urbanas, con objeto de asegurar el equipamiento teniendo en cuenta las necesidades producidas por su crecimiento; además, propone normas que interesan exclusivamente a los programas de equipamientos deportivos y socio-educativos.

Los resultados están ahí, las ciudades se han cubierto de varios millares de equipamientos de variados títulos.  Hogares, casas, clubs de jóvenes, centros sociales, centros de animación de barrio, centros de vida, sin acabar de nombrarlos a todos.   Por tanto, el lugar creciente de estos equipamientos urbanos no se ha hecho de golpe y su modelo de funcionamiento se ha diversificado según los medios, las medidas de acción y la capacidad de innovación de los animadores y de los administradores.  Se puede, aproximativamente, distinguir tres tipos de adaptación sobre el terreno correspondiente a las opciones de la integración social, de la acción cultural y de la animación global[5].  Es decir su gran plasticidad y la necesidad por comprender su lugar dentro de los diversos sectores urbanos, teniendo en cuenta las situaciones sociales y políticas específicas dentro de las cuales se inscribe[6].  Es decir también el papel jugado por los millares de animadores que aseguran la gestión.

 

 

 

El final de los años 60 y la llegada de los cambios que le acompaña.

 

Hay que decir también que la animación sociocultural y sus equipamientos constituyen una apuesta de otra naturaleza: es una tentativa bastante exitosa de promoción por la palabra y la acción de aquellos que intentan fraguar su unidad ideológica alrededor de valores permitiendo a la pequeña y mediana burguesía promover su “distinción”, para parafrasear la obra de Pierre Bourdieu, y de cimentarse en tanto que grupo social.  Lo que se llama en aquellos años las “nuevas capas sociales intermedias” (intelectuales, técnicos, ingenieros y funcionarios especialmente) encuentran en estos equipamientos un medio de implantarse y constituir una base organizativa para afirmar su derecho de citar y su derecho de ciudadanía.  El sociólogo Jacques Ion indica que cuando un grupo social aparece en la Historia, lo hace primero desde la cultura, medio de reconocimiento, de constitución y de identidad, de visibilidad dentro del espacio social.

La ASC no es solamente un campo de acción cruce de lo “social” y de lo “cultural”, de la acción social y la acción cultural: es ante todo el resultado de un movimiento social que busca, con más o menos éxito, en los años 60, una alianza política entre capas sociales intermedias y capas populares y obreras, sobre una base más bien anti-capitalista, los primeros deseando jugar un papel motor en un proyecto alternativo, donde el tema del pueblo es central.

Sería arriesgado olvidar también el hecho que parece anunciar el nacimiento de la idea de “tiempo libre” y la “sociedad del ocio”, como respuesta a una sociedad industrial, tecnológica, programada, alienante (mencionar los trabajos de Joffre Dumazedier, recientemente fallecido). No se sabía todavía si este tiempo libre opuesto al tiempo forzado iba a orientarse más bien hacía un consumismo en la búsqueda de un hedonismo revelador de un pensamiento egoísta para ciertas categorías sociales alcanzado en un periodo de crecimiento del nivel de vida desconocido hasta entonces, o bien hacía una redefinición y una revitalización del lazo social por el desarrollo de la creatividad individual y colectiva, por el intercambio y la comunicación: breve, nueva alienación o nuevo humanismo, la perspectiva permanece abierta.

Finalmente, hay que indicar la aportación en Francia estos años de la psicosociología, en torno a las ideas de Kart Lewin y de Carl Rogers.  La investigación del desarrollo de las relaciones interpersonales, la utilización de técnicas de dinámicas de grupo y de no-directividad, las discusiónes de las instituciones (la lucha entre lo instituido y lo instituyente, en la pedagogía, la psiquiatría o el trabajo social) serán los vectores de las ideas autogestionarias y de los movimientos de contestación anteriores, durante y después de Mayo del 68.  Los actores más implicados del sector sociocultural participaron poco o mucho en los combates anti-capitalistas, feministas, ecológicos, anti-racistas, tercermundistas de esta época.  Ellos cuestionaron, por otro lado, el funcionamiento más bien paternalista, tradicional, autocrático de muchas de las federaciones de Educación Popular.

Tras el paso de la tempestad de la revolución inacabada, el panorama de la ASC se caracterizaba por:

            -las acciones, las prácticas, las relaciones, las intervenciones;

            -concernir toda la vida cotidiana de los individuos y los grupos, en relación con los intereses o las necesidades políticas, intelectuales, sociales, psíquicas, en el trabajo, el ocio y el tiempo libre, la diversión, el descanso, las actividades cívicas, las relaciones de vecindad, la cultura, la creación y difusión de obras, el arte y la estética;

            -acciones basadas en el voluntariado del público concernido y oponerse al simple consumo cultural pasivo,

            -se ejercen más bien en grupo, incluso si tienen efecto individual,

            -con la ayuda de los animadores benévolos, y de cada vez más profesionales,

            -dentro de estructuras asociativas y territorializadas, con talleres cada vez más especializados.

            -con técnicas que no se reducen a una simple metodología, puesto que la ideología militante de la Educación Popular es a menudo la fuente, incluso cuando, por otro lado, las exigencias de cualificación y de competencia se afirman cada vez más.

 

 

Los dispositivos de inserción y los animadores sociales

 

Otra etapa comienza a mitad de los años 70, periodo de revisión y cuestionamiento.  Puesta en cuestión de un urbanismo que empieza a ahogarse; puesta en entredicho del papel del Estado; cuestionamiento de los equipamientos del barrio.  Después de los “Treinta Gloriosos” , estos años son años de incertidumbre por la crisis económica, la subida del paro y la gestión de la paz social en los suburbios, lanzando nuevos desafíos a los poderes públicos.

Cuando el poder socialista se instala en la cumbre en 1981, no hay una doctrina clara y durante los primeros años del “septeto” (periodo de gobierno), las comisiones y los informes especializados no van a faltar:  informe Dubedout sobre el “desarrollo social de los barrios”, informe Bonnemaison sobre la prevención de la delincuencia, informe Schwartz sobre la inserción social y profesional de los jóvenes, informe Hurstel sobre la juventud y la acción cultural (este último constituye precisamente un violento “requisitoire” (informe del fiscal) contra una política pensada en términos de equipamientos).  Pero a diferencia de los informes precedentes, estos causan un efecto inmediato.  Las estructuras son rápidamente puestas en práctica, en su mayoría de tipo interministerial, funcionando como administraciones de misión y elaboración de nuevos dispositivos de intervención sobre el terreno.  El sello de urgencia marca las iniciativas surgidas bajo el apremio de la crisis y los acontecimientos: la primera operación “anti verano-caliente” es lanzada en 1981 tras los disturbios incendiarios de los Minguettes, en la región de Lyon. Y, por otra parte, la mayor parte de estos dispositivos se quieren experimentales y, de hecho, su puesta en marcha se verá limitada a determinadas aglomeraciones (es el caso de las operaciones llamadas de “desarrollo social de los barrios) o solamente en los departamentos más urbanizados (las “operaciones prevención verano”).

Los dispositivos de intervención en la campo de la inserción en las ciudades son el resultado de múltiples experiencias que les han precedido y que han impulsado su puesta en práctica.  Es, sin embargo, el nuevo contexto socio-político de 1981 el que ha favorecido su reconocimiento por el Estado.  Todos ellos tienen el aval de los poderes públicos y, en muchos casos, la acción estática, a través de la instauración de administraciones de misiones, ha incitado fuertemente su desarrollo, en especial mediante medios financieros específicos.

A pesar de sus diferencias, podemos considerar que todos ellos participan de una misma voluntad de valorar lo local para la movilización de los actores.  Cuatro características les son comunes y subrayan su originalidad en relación a las intervenciones anteriores: ellas han sido claramente puestas en evidencia por J. Ion[7].  La primera es que están atados a una base geográfica concreta.  Así los equipamientos eran propuestos para el conjunto del territorio sin tener en cuenta los diferentes tipos de espacios, los nuevos están territorializados.  Se aplican a los sectores considerados sensibles para la integración social de los jóvenes,  definiéndose como zona de educación prioritaria (Z. E. P.), de un proyecto de barrio, de una operación de ocio cotidiano de los jóvenes o de una acción de prevención en relación con los consejos comunales de prevención de la delincuencia.

La segunda viene de la concertación obligada de los diferentes actores de un sector que se encuentra disociado de los poderes públicos y de las administraciones.  Las comisiones que se ponen en práctica agrupan a representantes públicos y privados teniendo por objetivo la definición de proyectos de acción comunes indispensables para beneficiarse de las ayudas ministeriales.

La tercera viene del hecho que los dispositivos descentralizados van a beneficiarse de la transferencia de competencias del Estado y son situados bajo la responsabilidad directa de los elegidos de las colectividades locales en concertación con el sector asociativo.  Aunque impulsados y financiados por ministerios o comisiones nacionales, estas operaciones son organizadas, regidas y animadas en el plan local.

La última presenta estos dispositivos como experimentales, no teniendo un carácter definido sino previsto como susceptible de introducir una dinámica que permita a las operaciones perdurar localmente sin la ayuda financiera del Estado.  Las ayudas para las acciones de prevención y para las operaciones verano son discutidas todos los años, incluso si se prolongan de un año al otro.

A estas cuatro características se les une la importancia adquirida por el peldaño local y en particular la municipalidad.  Esta ha experimentado un crecimiento de su reconocimiento, de poder y de legitimidad.  En ciertos casos, se ha visto crear en el plan local una pequeña tecnocracia de lo social formada por electos teniendo a menudo competencias profesionales, y de animadores, responsables de asociaciones y próximos a la línea política municipal y, en fin, responsables administrativos departamentales de diversos ministerios concernidos[8]. Estas comisiones, donde los miembros son generalmente nombrados, conciertan y preparan los dossieres que son asumidos por los alcaldes y por los consejeros generales.  Las nuevas comisiones político-profesionales funcionan para cada uno de los dispositivos estudiados: el ocio cotidiano de los jóvenes, las pasantías 16-18 años, las zonas de educación prioritarias, los consejos de prevención, las operaciones de prevención verano o deporte para todos y más recientemente el R. M. I. (Renta mínima de inserción).

En todos los casos, los dispositivos refuerzan el movimiento de municipalización de la animación empeñada en la edificación de equipamientos públicos y la creación de puestos de animadores profesionales; ellos diversifican las funciones de intervención contribuyendo con los recursos profesionales de la educación popular y del sector asociativo.

 

 

El desarrollo de los centros de ocio urbanos

 

Al lado de los equipamientos socioculturales y de los dispositivos sociales, también hay que tener en cuenta la multiplicación de centros de ocio en las ciudades.  Para los niños y los jóvenes urbanos, las federaciones de educación popular, además de los ayuntamientos y las empresas, han creado, después de largo tiempo, centros de recreo y vacaciones, pero la tendencia reciente viene de un traspaso de estas instituciones hacia los centros de ocio sin alojamiento (CLSH) organizados por los colectivos locales. Al tiempo que se asiste al descenso de las partidas a centros de vacaciones, las afiliaciones al CLSH no paran de crecer, pasando de un millón en 1977 a 4 millones en 1995.  La progresión de CLSH está ligada, además de a la escolarización masiva de jóvenes y las reorganizaciones urbanas, a la necesidad de dar ofertas alternativas en los tiempos liberados de la escuela.  Prácticamente, todas las comunidades situadas en un área metropolitana organizan o subvencionan actividades de recreo para los jóvenes a partir de un sistema de animación político-administrativo local.

El funcionamiento de estos centros esta asegurado por millares de animadores, antiguamente llamados monitores, que han seguido una formación de corta duración correspondiente al BAFA (diploma de aptitud en las funciones del animador).  Esta formación no es, por tanto, un visado profesional en la medida en que una parte solamente de los titulares de estos diplomas (50000 otorgados por año) son llamados a trabajar de manera duradera en el sector de la animación.  Se corresponde con un paso de compromiso y, a menudo, a una primera forma de ejercicio de responsabilidad para los jóvenes.  Es también, y puede ser de manera más afirmada hoy en día, una aportación no despreciable, tanto para los jóvenes animadores como por las estructuras de formación que los encuadran.  La cuestión de su estatuto jurídico en el Código del Trabajo se caracteriza por un agudo intento de clarificar las posiciones entre voluntariado y animación retribuida[9].  Este sector obedece así a una lógica de profesionalización, en especial para los directores de centros que hayan obtenido el BAFD (diploma de aptitud en las funciones de director).

Para los otros rangos de edad, y en particular para las personas mayores, los clubs y hogares de animación se han multiplicado en las ciudades y ofrecen un yacimiento de empleo importante.  Habrá que evocar todavía los puestos ligados a las actividades culturales y deportivas que necesitan cada vez más animadores profesionales.

Así, en el espacio de cuarenta años, la animación urbana se ha afirmado y puede ser presentada como un sistema con sus instituciones, sus equipamientos y sus actores.   Sistema situado al lado de aquel de la Educación nacional, interesado en priorizar a los niños, los adolescentes y los jóvenes, pero también a las otras clases de edades.  Resultado de la sedimentación de acciones diversas,  asocia obras privadas, asociaciones, equipamientos y más recientemente utiliza los dispositivos iniciados por el Estado y los colectivos locales.  Sistema complejo y arraigado en la historia social del país, aparece más flexible que el de la Educación nacional y puede ser considerado como un conjunto intermedio de acciones y de desarrollo cultural activado sobre el triple registro de la regulación, de la promoción y de la valoración[10].  El número de los animadores urbanos no ha cesado de crecer y los observatorios estiman en varias centenas de millares los empleos creados, todos estatutos confundidos.  Cualquiera que sea la cifra considerada, dos elementos se imponen.    Primero aquel del fuerte crecimiento de la profesionalización y segundo, aquel de la diversificación de funciones que ellos desempeñan.

 

 

 

La diversificación de funciones

 

La extensión de la profesión de animador se ha demandado tras la puesta en práctica de las primeras formaciones.  Se estima, al final de los años 70, en más de 25.000 el número de animadores socioculturales y en número aproximado, pero más difícil de circunscribir, aquellos animadores deportivos ejerciendo sus actividades en toda suerte de instituciones: asociaciones, equipamientos, oficinas y municipios.  De hecho, el vocablo general de animador asume funciones muy diversificadas: dirección de equipamientos, coordinación de actividades para un público especializado o para un sector geográfico determinado, organización de actividades en diferentes campos de expresión cultural o deportiva.  Es bien difícil delimitar el campo de ejercicio de esta profesión: no hay duda que de esto supone un atractivo para los candidatos animadores pero es también un obstáculo para la definición de un estatuto social de esta profesión.

 

 

Los sectores de intervención múltiples y ensanchados tras el comienzo de los años 60

 

Cuando se analiza el campo de actividades de los animadores, se encuentran profesionales en los sectores que van de la transmisión y de la creación cultural a la inserción social, pasando por el desarrollo global de los barrios y comunidades.  Se pueden distinguir varios:

-El sector cultural donde los contenidos predominan:  se trata de una óptica de democratización y reparto cultural a partir de un trabajo de difusión junto a los individuos y los grupos; es, a veces, una ayuda a la realización de productos culturales unidos a cuestiones sociales o políticas, o una ayuda a la expresión de los grupos.

-El sector socio-cultural, más orientado a la práctica y el aprendizaje que a los contenidos; puede tratarse de actividades de expresión artística pero también de artesanía y de deporte que se organizan a partir de equipamientos específicos y de las asociaciones.  Muchos de los “vacataires” (personas que solo tienen algunas horas de trabajo) son empleados en estas actividades diversas.

-El sector socio-político y socio-económico, centrado en el desarrollo social, el apoyo al asociacionismo y la animación urbana. Las intervenciones toman la forma de coordinación de acciones en una ciudad, un barrio, un pueblo, una comarca en vía de desarrollo, que incluye más o menos actividades culturales y deportivas.

-El sector socio-educativo, orientado hacía las prácticas educativas y de ocio se dirigen generalmente a poblaciones específicas: niños (hogares de infancia, centros sociales, centros de recreo y ocio), adolescentes (clubs de juventud, centros de animación), jóvenes trabajadores (hogares de jóvenes trabajadores).

-El sector social, que al lado de los profesionales de la educación especializada le corresponde una ayuda en diversos campos: información en materia de salud, ocio, cultura, trabajo, y que se orienta hacía la inserción social de los jóvenes en situación de dificultad.

-El sector deportivo, que ha asumido una parte creciente en las actividades de animación. Se trata de la organización de aprendizajes en los diversos deportes individuales o de equipo dentro de una perspectiva de deporte para todos y de posible inscripción en clubs especializados.

 

Estos diferentes sectores cubren más o menos la clasificación de los tipos de intervención del animador que debe ser considerado como un profesional de la intervención social y cultural.  Esto es determinante para sus horarios, pero no prejuzga en nada lo que hace en realidad, ya que a las tareas de animación directa se les unen otras de gestión, administración, o de elaboración de proyectos de desarrollo.  Si es difícil de definir la profesión de animador por sus prácticas diversas y dispares, no hay ninguna duda que esta nueva profesión, caracterizada por una evolución en la gestión de las instituciones urbanas, interfiere en el campo político local de la animación.  El animador participa, al lado de los militantes y voluntarios de las redes asociativas, en la animación de territorios o del Estado, además de haber jugado, a nivel central, un papel decisivo de impulso, dejando en adelante a las municipalidades y a las asociaciones asegurar la gestión del personal de animación.  Este cambio aparece a dos niveles.  Primero, el Estado ha delegado una parte de sus atribuciones y ha elegido progresivamente formas descentralizadas facilitando, a través de una política contractual, la puesta en práctica de instituciones más flexibles y mejor adaptadas a los particularismos locales.  A continuación, la sustitución del personal político y municipal, comenzado en las elecciones municipales de 1971, se realiza masivamente después de 1977.  La animación urbana ocupa un lugar de privilegio en las orientaciones políticas de las nuevas municipalidades.  Se produce entonces el reforzamiento del lugar de los profesionales de la animación y el crecimiento de los créditos consagrados a financiar paritariamente los puestos de animadores que marcan este periodo y aseguran en parte la perennidad de los sistemas de animación urbanos.

El incremento de profesionales de la animación se explica en una parte importante por el atractivo que han ejercido las nuevas funciones de animación en los treinta últimos años, tanto como por las necesidades urbanas que han aparecido en ese momento y a las que ellos han respondido prontamente.  Estos actores profesionales son parte de los agentes que deben producir la necesidad de su acción más bien que adaptar sus ambiciones a los puestos ya existentes.  Desde este punto de vista, las prácticas sociales efectuadas en el marco de las obras y los movimientos de juventud, así como los equipamientos socioculturales o el movimiento deportivo, son determinantes en la elección de la profesión que aparece como el resultado del cúmulo de un capital técnico vivido tanto como de una formación específica.  Los límites entre la militancia, el trabajo voluntario y la profesión son difíciles de fijar.  Estas son las capas medias que parecen tener el mayor beneficio de esta transferencia en la medida en que han sido los más capaces de negociar la puesta en marcha de su capital deportivo y cultural para desembocar sobre nuevos puestos profesionales.  Este fenómeno es característico de una movilidad social relativa que se realiza en las ciudades y en el tiempo fuera del trabajo.

Al final de los años setenta, la titulación genérica de animador si impone progresivamente y tiende a unificar las funciones a veces antiguas, a menudo ocupadas en el marco del voluntariado o de la militancia.   Herederos de la educación popular, de la acción social o del movimiento deportivo, los animadores urbanos no constituyen, por la tanto, un grupo homogéneo.  Su formación profesional, codificada por estatutos administrativos, permanece todavía limitada y dependiente de instituciones celosas de sus prerrogativas y de sus territorios respectivos.  Bajo el efecto de nuevos dispositivos de animación, estas prácticas tienden así a imbricarse más en el proyecto de intervención global.  Sobre los mismos lugares y cerca de las mismas poblaciones se experimenta concretamente un trabajo de animación urbana implicando la aproximación de las profesiones de animación.  Esta aproximación es concomitante del paso de equipamientos funcionales a los nuevos dispositivos de animación[11] y da una real actualidad a la profesionalización de los animadores desde 1981.

 

 

La extensión del campo de la animación profesional

 

El hecho de tener una historia de más de 30 años no garantiza para el presente un lugar verdaderamente identificable a la animación profesional.  Hay muchos otros oficios o profesiones que han acabado por desaparecer porque el contexto socio-histórico evolucionado ya no lo justifica.  Para no tomar más que un ejemplo, el buhonero, en el siglo XIX, tenía una utilidad social y económica tanto porque ofrecía sus mercancías en los pueblos más apartados, a menudo inaccesibles para las formas de distribución de la época, como porque era un propagador de noticias, trasmitiendo las informaciones sobre su tiempo, sobre los acontecimientos políticos o hechos diversos (de ahí su forma trivial, el “buhonero de chismes”).  El ha cedido su lugar, poco a poco, a la penetración del mercado capitalista de tipo competencial y a la generalización de la información bajo la forma de las primeras gacetas, además de por la escucha de las estaciones de radio nacientes.  La evolución tecnológica, las capacidades culturales acrecentadas de la población y la modificación de los gustos y de los comportamientos han provocado su desaparición: el ya no estaba legitimado.

Es bajo esta condición de una posición crítica y distanciada que puede ser avanzada la hipótesis de la actualidad de la animación, es decir, de su pertinencia en el momento presente.  Hay que hacer llamar a varios registros para apuntalar esto: la extensión continua del campo de ejercicio de la animación primero, la construcción de una identidad profesional a continuación, y desde los años 90, el debilitamiento resultante de tal ensanchamiento. cuenta las necesidades producidas por su cr

 

 

 

 

Cifras inciertas, pero una progresión regular

 

Al principio de los años sesenta, las estimaciones hacían variar el número de animadores profesionales entre las cifras de 5 a 10.000.  Las diversas encuestas realizadas por la comisión daban de 30 a 50.000 animadores profesionales, cifra obtenida en 1985.  En 1990, una evaluación realizada por el O. P. A. (Observatorio de los profesionales de la animación, que dependen del Ministerio de la Juventud y Deportes) propone una cartografía de los empleos en animación: ella indica, en el sector asociativo, la cifra de aproximadamente 220.000 empleados en animación, de los cuales de 80 a 90.000 son permanentes y, en el sector de los colectivos territoriales, más de 78.000 empleos, de los cuales casi 45.000 titulados (18 % en categoría A y 65 % en categorías B y C).

Un estudio publicado en 1998 contabiliza más de 600.000 asalariados en 1996 solamente en el campo de la animación sociocultural y deportiva, con aproximadamente 120.000 animadores asalariados[12].  Los resultados extraídos del último censo (1999) no son menos esclarecedores: el Instituto Nacional de Estadística y de Estudios Económicos anuncia 100750 animadores únicamente en el campo sociocultural y de ocio contra 52.330 en 1990.  Sitúa esta profesión entre las más dinámicas con un 93 % de incremento y el puesto 13 en la creación de empleo.  Si unimos a esta cifra aquellos animadores de otros convenios colectivos (hogares de jóvenes trabajadores, centros de alojamiento y readaptación social, instituciones relevantes del convenio colectivo llamado 66 o 51, etc.), con todas las precauciones y con el margen de incertidumbre inevitable en esta materia, podemos razonablemente totalizar alrededor de 150.000 a 200.000 animadores permanentes en nuestros días.

Hay por lo tanto, desde el punto de vista estrictamente cuantitativo, un crecimiento constante del número de animadores profesionales.  Esta constatación es puesta en correlación con el hecho de que las intervenciones, las prácticas, los públicos se diversifican.  En el campo tradicional de la Educación Popular, además de la animación sociocultural, se han superpuesto estos lugares a los dispositivos de acción social y cultural desde el comienzo de los años ochenta, en las leyes de descentralización y en la política de la ciudad y de la juventud, principalmente:  en los campos de la inserción y la formación, en los hospitales psiquiátricos y, en general, en el desarrollo local y social, el turismo, el ocio, el patrimonio, los empleos “verdes”, en la cooperación internacional y humanitaria, la ecología, y el sector científico y técnico, en el deporte (ejem.: los planes L.A.S.E.R., planes locales de animación, deporte, expresión, y de responsabilidad de los jóvenes, seguida a la consulta nacional de los jóvenes realizada por el gobierno Balladur en 1994/1995), en el sector social y médico-social (el handicap mental o psíquico, la prevención, las casas de retiro, los servicios de acompañamiento en la Vía Social, los Servicios de Ayuda Médica de Urgencia Social), los comités de empresa, la economía (administraciones de barrio, empresas de inserción, alojamiento social o terapéutico) y sobre la acción cultural (proyectos educativos del empresariado cultural).

Una investigación publicada recientemente muestra que en una situación de crisis o de dificultad particular (en relación a un público y a un territorio), ciertos empleadores, cada vez más numerosos, reclutan profesionales capaces a la vez de expresar su saber-hacer y las referencias a valores democráticos en todo eso que toca a las relaciones de los hombres entre ellos, en relación a los sujetos de la educación, al trabajo, a la formación, al desarrollo personal.  Estos empleadores se inclinan más hacía los animadores que hacía el reclutamiento de técnicos, como fue el caso en los años 80[13]: los primeros tienen una aproximación socio-política que permite valorar la construcción de una ciudadanía activa para diferentes públicos.  Pueden encarnarse en una dinámica cultural alrededor de una M.J.C. (Casas de Juventud y Cultura) que organiza, con los jóvenes, un festival de teatro amateur, a través de una iniciativa de inserción y formación en un centro social que valora las fuentes y las competencias de los jóvenes a menudo descuidadas,  ya sea en una institución en el campo educativo o, más que trabajar sobre la carencia o handicap, el animador basa su intervención social sobre las potencialidades de los actores.

Estallido vertical para la historia, estallido horizontal para la geografía, es decir hacía sectores y espacios nuevos, tal es la constante que se impone.  La atribución de un calificativo específico (animador cultural, socio-educativo, socio-cultural, social) revela más una acción ligada a sectorizaciones ministeriales (empleo y solidaridad, cultura, juventud y deporte, etc.) que realidades de las actividades de animación sobre el terreno.  A menudo, las clasificaciones por campos, prácticas, técnicas o públicos tienes además el inconveniente de estar obsoletos antes de convertirse en operativos.  La distinción más pertinente reside verdaderamente como aquella que puede establecerse entre el animador especialista que, en una actividad, realiza una técnica (video, informática, teatro, deporte, etc.) para un público o un territorio dado (tercera o cuarta edad en casas de retiro o infancia en CLSH, por ejemplo), y el animador generalista capaz de realizar un proyecto de acción desde su concepción hasta su evaluación, tras el tiempo de adaptación necesario para la integración de las apuestas pertinentes de cada lugar de intervención sucesivo en el desarrollo de su carrera.  Se trata de retratos esenciales del animador urbano.

Esta expansión continúa ofreciendo una fotografía instantánea del estado de los inmuebles y del dinamismo de este campo profesional, lo que implica varios inconvenientes mayores.

 

 

Tipologías todavía poco fiables

 

Primero, hay una dificultad real en delimitar un campo de observación en evolución constante y en poner en práctica métodos de contabilización fiables en un sector donde los estatutos precarios se multiplican, donde solamente ¼ de los animadores poseían, al final de los años 90, un diploma profesional, donde las líneas de formación se pisan las unas a las otras.  ¿Qué hay de común entre el joven animador de 17 años que prepara su B.A.F.A. (Diploma de Aptitud en la Función de Animación, en realidad para el tanta función como umbral iniciático para la obtención de un diploma no profesional) y el titular de un diploma universitario de nivel maestría como el D.U.E.S.A. (Diploma Universitario de Estudios Superiores de Animación preparado a la Universidad Michel de Montaigne-Burdeos 3) para salarios de nivel cuadro, pasantes de formación continua?

Las tipologías de empleo se diversifican, al igual que los puestos[14], las funciones, los niveles de responsabilidad, las líneas de formación, al punto que es casi imposible proponer una definición estable de qué es la animación y los animadores[15].  El Ministerio de Asuntos Sociales esta concernido con el D.E.F.A. (Diploma de Estado relativo a las Funciones de Animación), el Ministerio de Educación Nacional con el D.U.T, los D.E.U.S.T., los M.S.T., los D.E.S.S., diplomas universitarios, las instituciones de formación asociadas con los diplomas especializados, el Ministerio de la Juventud y de los Deportes que, además del D.E.F.A. administrado con el Ministerio de Asuntos Sociales, va  a poner en pie tres diplomas del nivel V a el nivel II.

En definitiva, podemos reconocer a los animadores una cierta capacidad en agarrar las oportunidades ofertadas por la evolución de la sociedad entera, así como las incertidumbres, inquietudes y dificultades que la sacuden.  Estos son los actores, los vectores de esta “actualidad”: es porque se puede utilizar el neologismo de “animacción”[16] más que la noción de animación, para caracterizar con la fuerza que conviene la praxis social y cultural de los animadores profesionales en particular del nivel III y más allá y no sólo a satisfacer con la simple actividad para la cual se tiene a menudo la costumbre de banalizar su aproximación considerada a veces por otros profesionales como invasora.  Existe en adelante una plasticidad de la animación, una salida de “liquidez”  que le permite derramarse como el agua sobre una tela encerada.

Esta identidad plural, asociada a un desarrollo cuantitativo, no resuelve la cuestión, sin embargo, del lugar específico de los animadores urbanos en las relaciones sociales que no es adquirido de una vez por todas[17].  ¿Qué puede asentar su legitimidad en este movimiento?.

 

 

La apuesta del reconocimiento de una profesión

 

El lugar de los animadores no es ni será jamás el resultado de una certeza adquirida: están confrontados a otros actores sociales y ellos buscan ocupar un lugar específico en este campo atravesado de fuerzas diversas que le son más o menos favorables.  Deben comprender que su conocimiento, sus técnicas, sus “golpes de mano” no bastan a asentar su legitimidad en esta guerra de posiciones.  Su reconocimiento no puede venir de la visibilidad y de la importancia de su intervención tomada en cuenta y evaluada por la sociedad como la nota Cl.  Dubar afirmando que  los “profesionales de oficios”obtienen su poder de su relación con el saber (técnico o especializado), y su legitimidad de su posición individual y colectiva en la organización y sobre la marcha del trabajo[18].

Esto significa que el hecho de las competencias (adquiridas por el saber formalizado, el saber hacer, las experiencias), un proceso de construcción y de evolución de los empleos y de su codificación en los sistemas de empleo y finalmente el reconocimiento de las competencias, resulta del juego de relaciones profesionales.

 

 

La profesionalización de los animadores[19]

 

El primer elemento de este conjunto sitúa notablemente la cuestión de la cualidad de la formación de los animadores.  Son, por otra parte, ellos mismos los primeros aparentemente insatisfechos de su nivel académico.  Esta posición revela, en una primera aproximación, un buen sentimiento: hacer mejor, en lugar de más.  Pero ella puede encontrar su origen también en la especie de espiral de cualificación reforzada que atraviesa la sociedad en su conjunto, como esta aspiración individual se convierte en un verdadero fenómeno colectivo, conduciendo a un efecto no deseado, que es aquel de encontrarse en un puesto descalificado en relación a la calificación obtenida, por un feed-back violento de la competencia así acrecentada.  De ahí los múltiples diplomas que se ponen en práctica, en formación inicial y continua, en la Universidad o fuera de ella, para intentar captar a este público demandante.  De ahí que al mismo tiempo, las formaciones vayan del nivel V al nivel I, correspondiente a esta variedad de profesiones que iluminan el campo[20]: los “nuevos pequeños curros” (del animador conserje de una instalación deportiva al animador que viene del medio ambiente, es decir, de su barrio, en el marco de la política de la ciudad); los “nuevos puestos de encuadrados”, ligados a los dispositivos de acción públicos o para-públicos (del director de la Misión local a el jefe del proyecto DSQ o contrato de ciudad),  los “nuevos puestos cualificados” (con animadores especializados en comunicación marketing, gestión, etc.)

El segundo elemento está ya bien avanzado en su constitución.  La convención colectiva de la animación sociocultural de 1988 ha establecido su sector ampliamente, en más convenciones específicas ya citadas, tales como las de F.J.T., centros sociales, de 1966 o de 1951.  El reconocimiento del animador con el D.E.F.A. dentro de la función pública hospitalaria en 1994 ha venido a completar el edificio.  Finalmente, la línea de animación es reconocida en el seno de la función pública territorial (incluso si las formaciones de nivel III están  todavía en un dispositivo transitorio).

El tercer elemento es un combate permanente, jamás adquirido, por el hecho de que otros profesionales ocupan ya o pretenden el territorio de la animación (educadores, enseñantes, otros profesionales de la economía o la cultura, etc.).  Considerando esto, podemos admitir la opinión de J. Ion que piensa que, si “crisis” profesional hay, ella es más una cuestión de identidad que de cualificación.  Un reconocimiento reforzado de esta profesión será, en definitiva, el resultado de una legitimación de un cuerpo profesional que haya logrado imponerse en una construcción social negociada de manera permanente, después de confrontaciones regulares, con los otros actores del campo sobre el que ellos intervienen (lo que se llama un modelo “relativista” fundado sobre una cualificación reconocida, opuesto a un modelo “substancialista” que define la profesión sobre características objetivas e independientes de las representaciones producidas por los actores).

Este procesos de legitimación de los animadores urbanos, en el juego complejo de los múltiples actores presentes en la ciudad, sitúa directamente la cuestión siguiente:  en definitiva, ¿cuál es su función, es decir, cuál es su utilidad social?.

 

 

El Animador: un productor de tiempos y espacios de mediación

 

Un profesional de la animación debe abordar su territorio como un espacio donde se confrontan actores donde las lógicas de acción se juegan dentro de una red de dificultades y de recursos en un campo atravesado por lógicas y estructurado según pertenencias y referencias que son aquellas de los actores concernidos (grupos, organizaciones, instituciones).

La construcción por el animador de un juego sutil de reequilibrio de poderes, su capacidad para dialogar, para escuchar, para dar la posibilidad a los diferentes grupos de negociar, de poner en marcha transacciones a partir de compromisos, su capacidad para hacer unir los hombres, lo que supone dimensiones psicológicas, económicas, culturales, de comunicación, su capacidad relacional y operacional para concebir y organizar acciones y proyectos en cooperación con los actores, puede ser llamada “competencia estratégica”.  Hay siempre una unión entre competencia y acción.  Se trata de un hacer, de una realización, de un problema a resolver.  Ella está contextualizada, es decir, que corresponde a una situación profesional dada, integrada a menudo de saber, de saber hacer y de saber estar.  Ella está integrada de capacidades adicionadas, pero también combinadas, construidas, estructuradas.  Es el conjunto articulado de capacidades que le permiten volverse competente.

La puesta en marcha de una estrategia, el aprovechamiento de oportunidades, es decir, la conjunción de reencuentros en el buen momento para intentar hacerle tener éxito (eso que puede llamarse también el elemento-escape o desencadenante) la constitución de un grupo o de un conjunto de grupos alrededor de un proyecto común (es decir, de una representación que les es común), su puesta en movimiento concreta, la localización de sus debilidades y su corrección dentro de una gestión evaluativa regular, la búsqueda de soluciones negociadas, esa es la complejidad de la tarea que espera al animador urbano.  Y le espera a veces a la vuelta: el puede también “plantarse”.

Esta competencia estratégica, esta inteligencia exige la polivalencia del generalista capaz:

            -de analizar las situaciones locales en sus dimensiones sociales, económicas, culturales, demográficas, políticas,

            -de establecer diagnósticos y una jerarquía de apuestas descendientes de este análisis,

            -de construir proposiciones de tratamiento descritas en términos de objetivos, de medios, de calendario, para que sean sometidas a la reflexión y al debate de todos los “partenieres” concernidos,

            -de recontar a los “partenieres” asociables, de movilizarlos para el desarrollo de las acciones propuestas, en primer lugar aquellas iniciadas o demandadas por los grupos de personas o de poblaciones,

            -de elaborar medios de medida de los resultados y de ponerlos en marcha,

            -de conducir técnicamente las acciones decididas en rendir cuentas.

 

El animador es, entonces, un facilitador de relaciones capaz de comprender las apuestas de una asociación, de un barrio, de una colectividad local y de hacerlo de manera que cada actor pueda jugar sobre la escena social, dentro de dinámicas localizadas y de tratar sobre estas apuestas en función de sus intereses (a decir de los sociólogos), de sus deseos (a decir de los psicólogos) y esto dentro de una perspectiva de promoción y desarrollo social.  Los efectos de la acción del animador no son desmesurados.  No se le pide (afortunadamente) trastornar las relaciones sociales, sino simplemente obrar de manera que una regulación al margen, en los huecos, en los intersticios, pueda ser puesta en marcha, así por ejemplo situaciones de exclusión o de rechazo que se vuelven insoportables para aquellos que son sus victimas.  Pero, “el margen” ofrece un “alumbramiento” sobre la función del centro, volviendo posible la creación de dinámicas sociales desatendidas.  Adoptar a la inversa las actitudes de desconfianza o de dependencia, ver un poco los dos a la vez, a riesgo de bloquearles en una posición de perdedores.  El animador esta en el cruce de varias lógicas diferentes en las cuales no es fácil desenredar las intrincaciones.  Su intervención se sitúa en la intersección de una pluralidad de actores y una pluralidad de estrategias, en unión con la diversidad de lógicas que subyacen.  Hay un trabajo intelectual a llevar a la manera de que su intervención puede producir una dinámica urbana, un trabajo de conceptualización de su puesta en práctica que se convierte en un medio de “enganchar” un diálogo con los actores, de ayudarles a formular objetivos comunes y a ponerlos en marcha.

Reducir la diferencia entre los “decididores” y los “decididos”, entre los problemas impuestos por las estructuras y la búsqueda de autonomía de los actores, he aquí los objetivos para el animador urbano que busca así su razón de ser en la búsqueda de soluciones alternativas eficaces y posibles (pero parciales).  Es esta competencia estratégica la que esta en el corazón de la identidad profesional de estos animadores, y la que, articulando diversas capacidades tales como la aprehensión de juegos sociales, la enseñanza de diferentes lenguajes comunicacionales y una flexibilidad comportamental, va a permitirle elaborar uno de los polos esenciales de su cualificación.  El animador establece su legitimidad sobre la construcción de sus lazos entre diversas capacidades, en hacerlas converger hacía un punto nodal, hacía la centralidad del problema situado en y para su entorno urbano.  Esta habilidad no existe más que en situación, dentro de interacciones, de relaciones de fuerza y en un contexto local y socio-histórico dado.  Es una inteligencia individual y colectiva de las situaciones, consideradas dentro del conjunto de su complejidad, significando al mismo tiempo un la posibilidad de rebasar radicalmente  la distinción entre saber y saber-hacer.

Es así que puede elaborar la “profesionalidad” de los animadores centrado sobre la noción de competencias, movilizador de saberes compuestos (saber del registro de lo social, de lo cultural, de la gestión, de la técnica) y complejos (saberes teóricos, metodológicos o procedimentales, prácticos, empíricos).  Las competencias son transversales, genéricas, alrededor de actitudes relacionales y de comunicación, de capacidades relativas a la imagen de si (tener confianza en si mismo, tomar conciencia de sus potencialidades), de las capacidades de adaptación y de cambio, en función de la diversidad de comportamientos, de opiniones, de referencias culturales e ideológicas, de representaciones presentes en la sociedad.

Habrá que tener en cuenta, seguro, en el campo de las competencias del animador, su nivel de cualificación, la amplitud de su experiencia reflejada, la extensión de sus recursos personales y sociales, etc.

En resumen, el animador puede convertirse en un estratega si es capaz de combinar, de establecer una combinación, para hacer trabajar juntos grupos y organizaciones donde las orientaciones y los objetivos no siempre coinciden, para encontrar los puntos de consenso que incidan en unir fuerzas, para hacer negociar e incluso hacer aceptar desacuerdos sin caer en enfrentamientos estériles.  Diversos modelos de intervención habrá de desplegar el animador en función de los espacios, de los tiempos y de los actores concernidos, modelos estructurados alrededor de tres polos: los valores y los derechos, la tecnicidad de los servicios ofertados, la mediación estratégica.

La animación, en relación a otras profesiones del Trabajo Social, no está tan mal situada, teniendo ventaja sobre las intervenciones sociales en su totalidad, una mayor polivalencia, y una mayor movilidad[21].  Ni corporativista, ni ideológica, el animador puede construir su identidad profesional alrededor de o de los proyectos que lleva; puede organizar su práctica con una autonomía relativa y un bastante grande margen de maniobra; puede, finalmente, afirmar su saber-hacer particular alrededor de estrategias pertinentes, en unión con su ética profesional hecha a la vez, dentro de la conflictividad, de solidaridad y de responsabilidad en atención a los ciudadanos y a su institución de pertenencia.

Pero esta orientación adoptada por cada animador no le bastara para que él tenga una posición reconocida.  Toda posición es también, de una parte, el resultado de un combate colectivo de un cuerpo profesional organizado para dar coherencia y fuerza en la lucha de los grupos socio-profesionales en el nivel societal (y a este respecto el proceso está lejos de estar terminado)y, de otra parte, supone una clarificación de las misiones que le son confiadas por los políticos que toman las decisiones y que encuadran de manera directa o indirecta su acción (lo que está lejos de ser evidente a la consideración de todo observador).  Que ellos sepan que estas dos aproximaciones son interactivas: corresponde a ellos jugar para modificar las relaciones de fuerza existentes alrededor de las cuestiones centrales de la sociedad francesa de este fin de siglo: los barrios frágiles y el desarrollo urbano[22], la desigualdades sociales y culturales, la democracia desfalleciente, la crisis del vínculo social, civil y político.  Según el estado de su organización colectiva y la orientación que tome cara a cara con las poblaciones con las que trabaja, se crearan, ciertamente, adversarios, pero también aliados.  A ellos les toca decidir.

 

¿Utopías activas?

 

Han pasado cerca de 40 años desde la aparición de los profesionales de la animación, pioneros de una nueva categoría de asalariados, detonantes de utilidades sociales innovadoras, a veces cobayas de este paso de una fase de beneficencia dominante a una fase de cooperación nueva entre empleadores, empleados y públicos.

Al mismo tiempo, nuevos sectores de intervención han sido investidos, el campo de la animación ya no se limita únicamente al tiempo de ocio o al tiempo no forzado de la cultura y el desarrollo personal: inserción, formación, handicap, economía social, turismo y disposición local son algunos de los centros de interés que constituyen las nuevas fronteras de la animación.  No hace falta apuntar que, paralelamente a esta dinámica, numerosos contratiempos pesan sobre el presente y el porvenir, tales como las derivas gestionarias, mercantiles, o bien la actitud de las políticas públicas y de los electos territoriales.  Las misiones educativas puedes así diluirse dentro de una forma de pasividad, de dimisión.

Paralelamente, se ve bien que el crecimiento continuo del número de profesionales, de asociaciones y agrupamientos (incluso si, de manera general, ellos no están federados), de los públicos participantes a las actividades (como consumidores y como actores) es un signo de los tiempos, en correspondencia con la evolución de los comportamientos de los actores sociales.

¿Por qué es esto así?  Simplemente porque el campo de la animación es todavía uno de los raros lugares donde, a pesar de los contratiempos, las fuentes de la libertad pueden estar presentes dentro de las cabezas de aquellos que participan.  La animación es potencialmente inventiva, creativa, imaginativa, y a veces todavía irrespetuosa con el orden establecido.  En este sentido es un des-orden, es decir, la llamada a otro orden social, más justo, más democrático y también más festivo.  Tantas razones que explican el interés de toda una parte de la juventud y de los menos jóvenes por las actividades y las acciones culturales, sociales y deportivas que ella organiza, incluso si al mismo tiempo prácticas diferentes se ponen en juego fuera de las instituciones oficiales de la cultura, de lo social y del deporte. Corresponde a los animadores estar atentos a estas evoluciones de la sociedad, informal y formal, instituidos e instituyente, comunicante, transigente, cambiante, incluso si esta puede o debe pasar por la conflictividad para tener éxito.  Esto supone cualidades de coraje y tenacidad, aparejadas a una enseñanza de competencias: las dos, contrariamente al estereotipo de la vocación, se construyen con paciencia.

El hecho de que tanto jóvenes de todas las capas sociales (y no solamente de las capas medias como ayer) desean convertirse hoy en animadores profesionales es también un hecho a observar (incluso si la marcha del empleo no esta preparada a día de hoy para acoger a todos los demandantes de estatus sólidos y perennes).  El sector es atractivo y conserva su imagen de vitalidad.

Es una de las razones que autorizan a comparar a la animación con una utopía todavía portadora de porvenir al comienzo del tercer milenio.  El origen más conocido de la palabra utopía es “que no está en ninguna parte”; se olvida el otro origen que significa: “el lugar donde se esta bien”.

Eso que en el siglo XIX era todavía irreal, el tiempo libre rebasando al tiempo de trabajo, es hoy posible y bien real: exceptuando el sueño, el tiempo libre está en el primer lugar, detrás las actividades domésticas, el tiempo de trabajo está en el cuarto lugar.  Esto último ya no es el único fundamento del lazo social, y el tiempo libre permite la representación de un porvenir que, sin ser una realidad hoy día, puede un día llegar: aquel de otra producción de sentidos nuevos, de civilidad y de ciudadanía compartida.

Las dificultades individuales y colectivas que mucha gente soporta en las sociedades desarrolladas no impiden la evolución general de la aspiración fuertemente afirmada de nuestros ciudadanos de una organización social que permita la reapropiación del si mismo, tras la búsqueda de la apropiación de los objetos de consumo.  La esperanza de una vida más larga, con buena salud, las nuevas tecnologías aliviando la pesadez del trabajo productivo e industrial, acompañando este movimiento social: los proyectos de animación deben aprovechar estas oportunidades.

Bien seguro, la resistencias múltiples se manifiestan todavía para impedir estas transformaciones sociales y culturales o bien el mercadeo de las prácticas falsificadoras y alienantes.  La animación, que participa de eso llamado a liberar las dinámicas humanas y las aspiraciones hacía un mundo mejor, invita a cada uno a aligerar la carga del presente.  Ella ha mostrado desde hace cerca de medio-siglo su capacidad de no ser solamente o esencialmente especulativa.

Hay que decir al mismo tiempo que la animación permanece marginal dentro de sus efectos, tanto que los desafíos concernientes a la sociedad no serán tratados a la altura de las apuestas actuales: una democracia a redefinir, desigualdades que reducir, una economía que sustraer de la argolla de un ultra-liberalismo económico y financiero.  Participa de una denuncia de la legitimidad de un mundo que tiene a veces la cabeza al revés y ella ofrece un espacio de imaginación realista.  No es un movimiento producido por fantasiosos, ilusionistas, mercaderes de sueños.  Es potencialmente una mediación movilizadora entre la realidad que nos rodea y una conciencia crítica: “un estado de espíritu es utópico cuando el está en desacuerdo con el estado de la realidad dentro del cual el se produce”[23].

Este desacuerdo no es para los animadores ni una regresión psicológica (huir de la realidad), ni histórica (aspirar a una vuelta a la mitología pasada), ni política (rechazar las transformaciones sociales).  La animación es un lugar de experimentación cultural, preocupada por las contingencias de la historia real y de las necesidades de la coyuntura.  El animador se convierte en un hombre de acción, un estratega, sin ilusiones sobre el mundo, pero lúcido y perseverante dentro de la esperanza.

Es dentro de este juego contradictorio que el término de la praxis se vuelve pertinente para designar el profesional de la animación que está informado de su acción por el sostén de una teoría, ella misma fruto de la experiencia y de la reflexión.  La acción informa y transforma la teoría dentro de una relación circular, teniendo como fundamento político primero la palabra del prójimo.

Tomando como apoyo la alegoría de un juego de cartas, objeto de una sociología de la acción crecida con una teoría de los juegos, se puede anunciar que la primera etapa del trabajo del animador consiste en informar a los jugadores voluntarios para que ellos puedan jugar.  El les permite así el conocimiento de las reglas de juego social, los procedimientos.  Se trata de, en un proceso educativo permanente, el acceso a lo simbólico, a un sistema de signos, a un marco de referencia.  Le sigue la etapa siguiente, los actores/jugadores pueden maximizar sus ganancias dentro del juego y para el juego. El individuo o el grupo juega: se trata de un proceso de acceso a la realidad, de acción e implicación para la introducción de un cálculo y de una estrategia.  Así la etapa final, los jugadores/actores pueden, dentro de ciertas circunstancias y bajo ciertas condiciones, transformar las reglas del juego, para su beneficio, porque otra relación de fuerzas en presencia de la sociedad (entre dominados y dominantes) se lo permite, localmente y a veces globalmente.  Se trata entonces, de un proceso de acceso a una imaginería local colectiva exitosa por la introducción de cambios, expresando una diferencia, una oposición visto un conflicto, para la obtención de un equilibrio de los poderes más afirmados, hacía más justicia y reparto.

El animador profesional favorece esta búsqueda de equilibrio por la instauración de espacios y tiempos de mediación, rechazando tanto el fatalismo de las teorías que sobrevaloran los efectos del sistema, como el voluntarismo de aquellos que sobrevaloran los efectos de las acciones humanas.  Estos espacios, estos márgenes de maniobra ciudadana, se sitúan entre cambio y orden social dentro de esa filosofía que Yves Barel llamo las partes “indécidabilité” (lo que no se puede decidir) en todas las situaciones sociales: será la manera en que los actores se pongan en movimiento lo que determine, solamente en parte seguro, pero realmente, el resultado de la situación misma.  He aquí resumidas las apuestas actuales de la animación profesional.

Dentro de estas condiciones, al lado de la filosofía y de lo científico, el animador forma parte de ese movimiento que “permite fundar un optimismo realista, tan alejado del voluntarismo irresponsable como de la resignación científica del orden establecido”[24].

 

 

 

Gijón, 1 de Noviembre de 2002

 

GILLET Jean-Claude

Professeur des Universités

Michel-de-Montaigne  Bordeaux 3

 

 

 

 

 


 

[1] AUGUSTIN J.-P. ET GILLET J-CL., L´animation profesionelle.  Histoire, acterurs, ejeux. Coll.  Debats/Jeunesses, Paris : L´harmattan, 2000 (une partie decette intervention se réfère á differents chapitres de cette ouvrage.

[2] AUGUSTIN J-P. ET ION J., Des loisirs et des jeunes, cent ans de groupements éducatifs et sportifs. Paris : Editions ouvrières, 1995.

[3] HELLUWAERT M., Jeunesse et sports, espérances contrariées, marginalités récupérées. Proos sur des utopies abandonnées... L´Harmattan, 2002.

[4] POUJOL G, Profesión: animateur.  Toulouse: Privat, 1989

[5] AUGUSTIN J.-P. et DUBET F., L´espace urbain et les fonctions sociales de l´animation. Les Cahiers de l´animation, 7, 1975.

[6] HUET A. L´action socioculturelle dans la ville.  Paris :  L´Harmattan, 1994

[7] ION J. Le travail social à l´èpreuve du territoire. Toulousse : Privat, 1990. (Réed. Dunod, 1996)

[8] DUBET F., JAZOULI A. et LAPEYRONNIE D.,  L´Etat et les jeunes.  Paris :  Editions ouvrières, 1985.

[9] Rapport d´information sur les métiers de l´animation. Les documents d´information de l´Assemblée nationale, nº 2307, mars 2000.

[10] DUMAZEDIER J., La révolution culturelle du temps libre.  Paris :  Editions ouvrères, 1985

[11] AUGUSTIN J-P. et  ION J., Des loisirs et des jeunes.  Cent ans de groupements éducatifs et sportifs.  Paris : Editions ouvrières, 1993, 144 p.

[12] Este estudio ha sido publicado en el años 2000 en la Documentación francesa bajo la supervisión del Ministerio de Empleo y de la Solidaridad.  Hay que señalar que sólo comprende el sector de la convención colectiva de la animación sociocultural: ni el turismo social, ni las casas de jóvenes trabajadores, ni el campo del trabajo social, ni el de la formación con comprendidos.

[13] AKIN S.  et DOUARD O., “Qui sont les animateurs aujourd´hui ? », p. 68-85 in Espaces de travail et mises en mots, sous la dir. De J. RICHARD-ZAPPELA, UPRESA-CNRS 6065 (Dynamiques socio-langagières), Coll.  Dyalang, Université de Rouen, 1999.

[14] Un documento titulado “Los empleos de la animación en Ile de Francia.  Estudio prospectivo regional 95-97” publicado en La Documentation Française en 1997 por la Direction Regionales et Departamentale de la Jeunesse et des Sports de Paris-Ile de France, propone una tipología de perfiles de empleo de la animación (cf. Annexe 1).

 

[15] GILLET J.-CL.  Formation à l´animation.  Agir et savoir. Paris : L´Harmattan, 1998

[16] GILLET J.-CL. Animation et animateurs: le sens de l´action.  Paris : L´Harmattan, 1995, 326 p.

 

[17] Los animadores tienen bien seguro un lugar dentro del desarrollo local rural (alrededor de las actividades ligadas al turismo, al patrimonio, a la cultura, a la economía y al ámbito social) pero este aspecto particular no será abordado en este artículo.

 

[18] DUBAR CL. La socialization.  Construction des identités sociales et professionnelles.  Paris :  Armand-Colin, 1992.

 

[19] AUGUSTIN J.-P. et GILLET J.-CL, op. Cit. Note 1.

 

[20] ION J. “Des contours incertains”. Information sociales, 28, sept. 1994, p. 8-17.

 

[21] BACHMANN Ch., “L´animation dans le secteur social: une mutation des qualifications”. In DEFA Venir, Actes des jornées d´éstudes de Marly-le-Roi, 23-24 novembre 1987, p. 119-126

 

[22] AUGUSTIN J.-P. et GILLET J.-Cl., Quartiers fragiles, developpement urbain et animation. Bordeaux P.U.B., 1996, 192 p.

 

[23] MANHEIM, K. Idéologie et utopie. Paris: Rivière, 1956.

 

[24] BOURDIEU, P. “Sciences sociales et démocratie ». Nouveau Manuel.  Sciences économiques et sociales. Sous la direction de P. COMBEMALE et J. P. PIRIOU. Paris : La Découverte, 1996, p. 673-674.


[1] AUGUSTIN J.-P. ET GILLET J-CL., L´animation profesionelle.  Histoire, acterurs, ejeux. Coll.  Debats/Jeunesses, Paris : L´harmattan, 2000 (une partie decette intervention se réfère á differents chapitres de cette ouvrage.

[1] AUGUSTIN J-P. ET ION J., Des loisirs et des jeunes, cent ans de groupements éducatifs et sportifs. Paris : Editions ouvrières, 1995.

[1] HELLUWAERT M., Jeunesse et sports, espérances contrariées, marginalités récupérées. Proos sur des utopies abandonnées... L´Harmattan, 2002.

[1] POUJOL G, Profesión: animateur.  Toulouse: Privat, 1989

[1] AUGUSTIN J.-P. et DUBET F., L´espace urbain et les fonctions sociales de l´animation. Les Cahiers de l´animation, 7, 1975.

[1] HUET A. L´action socioculturelle dans la ville.  Paris :  L´Harmattan, 1994

[1] ION J. Le travail social à l´èpreuve du territoire. Toulousse : Privat, 1990. (Réed. Dunod, 1996)

[1] DUBET F., JAZOULI A. et LAPEYRONNIE D.,  L´Etat et les jeunes.  Paris :  Editions ouvrières, 1985.

[1] Rapport d´information sur les métiers de l´animation. Les documents d´information de l´Assemblée nationale, nº 2307, mars 2000.

[1] DUMAZEDIER J., La révolution culturelle du temps libre.  Paris :  Editions ouvrères, 1985

[1] AUGUSTIN J-P. et  ION J., Des loisirs et des jeunes.  Cent ans de groupements éducatifs et sportifs.  Paris : Editions ouvrières, 1993, 144 p.

[1] Este estudio ha sido publicado en el años 2000 en la Documentación francesa bajo la supervisión del Ministerio de Empleo y de la Solidaridad.  Hay que señalar que sólo comprende el sector de la convención colectiva de la animación sociocultural: ni el turismo social, ni las casas de jóvenes trabajadores, ni el campo del trabajo social, ni el de la formación con comprendidos.

[1] AKIN S.  et DOUARD O., “Qui sont les animateurs aujourd´hui ? », p. 68-85 in Espaces de travail et mises en mots, sous la dir. De J. RICHARD-ZAPPELA, UPRESA-CNRS 6065 (Dynamiques socio-langagières), Coll.  Dyalang, Université de Rouen, 1999.

[1] Un documento titulado “Los empleos de la animación en Ile de Francia.  Estudio prospectivo regional 95-97” publicado en La Documentation Française en 1997 por la Direction Regionales et Departamentale de la Jeunesse et des Sports de Paris-Ile de France, propone una tipología de perfiles de empleo de la animación (cf. Annexe 1).

 

[1] GILLET J.-CL.  Formation à l´animation.  Agir et savoir. Paris : L´Harmattan, 1998

[1] GILLET J.-CL. Animation et animateurs: le sens de l´action.  Paris : L´Harmattan, 1995, 326 p.

 

[1] Los animadores tienen bien seguro un lugar dentro del desarrollo local rural (alrededor de las actividades ligadas al turismo, al patrimonio, a la cultura, a la economía y al ámbito social) pero este aspecto particular no será abordado en este artículo.

 

[1] DUBAR CL. La socialization.  Construction des identités sociales et professionnelles.  Paris :  Armand-Colin, 1992.

 

[1] AUGUSTIN J.-P. et GILLET J.-CL, op. Cit. Note 1.

 

[1] ION J. “Des contours incertains”. Information sociales, 28, sept. 1994, p. 8-17.

 

[1] BACHMANN Ch., “L´animation dans le secteur social: une mutation des qualifications”. In DEFA Venir, Actes des jornées d´éstudes de Marly-le-Roi, 23-24 novembre 1987, p. 119-126

 

[1] AUGUSTIN J.-P. et GILLET J.-Cl., Quartiers fragiles, developpement urbain et animation. Bordeaux P.U.B., 1996, 192 p.

 

[1] MANHEIM, K. Idéologie et utopie. Paris: Rivière, 1956.

 

[1] BOURDIEU, P. “Sciences sociales et démocratie ». Nouveau Manuel.  Sciences économiques et sociales. Sous la direction de P. COMBEMALE et J. P. PIRIOU. Paris : La Découverte, 1996, p. 673-674.

 

 

 

 

 

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